Prueba de ello fue que los actos diversos y eventos, que se extendieron en realidad a lo largo de cinco días (29 junio – 3 julio), fueron presenciados por bastante público e incluso la asistencia y participación superó todas las previsiones.
Esta fiesta ponferradina, que pretende crear un ligamen de la ciudad con su pasado templario, convierte a esta población (se dice que en torno a la fecha en que se produce la primera luna llena del estío y después del solsticio de verano, aunque en esta ocasión coincidiera con la fase de “cuarto menguante”) en la “meca de los Templarios en la Península”, rememorando la llegada de estos Caballeros a nuestros pagos procedentes o de retorno tras su contribución a las Cruzadas para liberar los Santos Lugares.
En esta edición, consolidada ya la cita lúdico-festiva-cultural-tradicional, la única novedad relevante consistió en la “investidura” – en calidad de escuderos – de algunos niños y jovencitos.
Se instaló el mercadillo medieval rodeando la magna fortaleza (la más monumental de España, se señala), varios mercados en todo el Casco Antiguo y plazas históricas singulares, así como se sucedieron representaciones y animaciones de calle, actuaciones con malabares, saltimbanquis… Pero lo más colorido y brillante eran los campamentos que las Asociaciones de Caballeros habían acondicionado al efecto.
Por otra parte, en el apartado turístico y restaurador, se ofreció estos días una serie de tapas “templarias” especiales y se desarrollaron unas “Jornadas Gastronómicas Templarias”. También se cumplió con la costumbre de organizar una “Cena Templaria”, a la que había que acudir obedeciendo a unos ciertos requisitos y según los “cánones”, y se nombró “Gran Maestre Honorífico” al popular empresario y emprendedor berciano, José Luis Prada.
El culmen y acontecimiento central – en esta XVI edición con mayor esplendor, si cabe – resultó ser – como siempre – la Procesión de unos 1.5000 Caballeros Templarios, en la noche del sábado 2 de julio, desde la Cueva de la Mora (enfrente al Castillo) hasta el mismo. El conjunto de desfilantes, perfectamente ataviados y disciplinados, compusieron una bella sinfonía, desde el punto de vista plástico y de la estética. Se trata con esta demostración ritual de llevar nuevamente, reiterando la promesa anual, el Arca de la Alianza y el Santo Grial a la ya próxima fortificación templaria. Una vez en sus inmediaciones, la música, la disputa sobre un hecho controvertido y los correspondientes reproches a los Templarios – respondidos por el Gran Maestre, Fray Guido de Garda – sirven de excusa para el lanzamiento de fuegos de artificio, la sucesión de juegos de luces y la implementación de un complemento compuesto por efectos especiales, sonoros, canciones, aplausos y unas representaciones muy logradas. No en vano, progresivamente, el número de curiosos y simpatizantes de otros orígenes y latitudes que nos visitan aumenta (en la primeras jornadas de julio).
Marcelino B. Taboada
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