Bierzo Historia y Leyendas Bercianas

Algunas tradiciones, leyendas y datos curiosos de Villafranca del Bierzo

Antes de comenzar este relato no me es dado olvidar la participación del villafranquino Santiago Castelao, en las II Jornadas sobre “Tradiciones y Leyendas bercianas” y su enorme capacidad narrativa oral y escrita, hasta el punto de conocer toda una colección de producciones de transmisión oral muy relevantes y notables. A mi parecer, ello no es ajeno tampoco al ya “en vías de extinción” filandón (fiandón), costumbre de contar historias – en buena medida inventadas – a la luz del “lume de lareira” o fuego de suelo, en el interior de las antiguas y humildes viviendas de los núcleos poblacionales y aldeas.

Por consiguiente, sin pretender otra cosa que ejemplificar tal constatación referida, simplemente se expondrán a continuación un par (de las decenas) de narraciones de tipo anécdotico o pseudomitológico relativas a la noble villa de Villafranca.

  1. A) EL ORIGEN DE LA VILLA DEL BURBIA: LA VACA BLANCA.

Es de general consenso y aceptación que el surgimiento de lo que hoy denominamos como Villafranca del Bierzo procede de la instalación de una Orden religiosa benedictina (la de Santa María de Cluniaco o Cruñego, popularmente llamados los “monjes negros”). Su misión específica era asistir y socorrer a los peregrinos, en buena parte provenientes de territorio galo, labor a la que se dedicó con preferencia el rey Alfonso VI y no sin tener en cuenta también a sus súbditos autóctonos. El asentamiento de esta Congregación se data en torno al año 1.070 de nuestra era. No cabe decir que, a lo largo de los siglos, el Camino de Santiago se constituyó en un factor esencial para el lento y constante aporte de pobladores (en sus inmediaciones). Ello tuvo contrastes y altibajos, pero el saldo finalmente se reveló globalmente como positivo. A ellos se les atribuye, en grado considerable, la introducción y el perfeccionamiento de la viticultura.

La imaginación colectiva, sin embargo, nos legó otra explicación alternativa a la creación del emplazamiento villafranquino en semejanza al actual. Se trataría de una especie de “trashumancia” forzada la causa del aumento de vitalidad de esta localidad berciana. Se cree que su formación, en cuanto a lugar habitable y confortable, se deriva de la situación de los “vaqueiros” de la zona de Tineo y Luarca, de la vecina Asturias (o tal vez, llegados a los pagos de Pena Rubia, en Ancares). Se sabe que estos pastores de montaña solían relacionarse entre ambas vertientes de la Cordillera Cantábrica y, más en concreto, con las cabañas ganaderas de Leitariegos y Valdeprado. Y sucedió algo imprevisto:

“En una época de fuertes inclemencias y rigores meteorológicos los asturianos decidieron dejar que una vaca blanca (aquí se ve una identificación innegable del color con otros mitos celtas: el ciervo o incluso el corzo albo), mediante su libre deambular, buscara la manera de procurarse los pastos. Se encaminaría hacia el amplio valle que se abre desde la confluencia de los cauces fluviales del Burbia y el Valcarce y guiaría a sus dueños en dirección a la tierra de “promisión”.

vaca

LOS “AGOTES” Y LOS “VAQUEIROS” DE ALZADA:

En principio, la raza peculiar de los “agotes” no guardaría demasiada relación con los aludidos “vaqueiros”. Mas algunos de sus caracteres y rarezas los asimilan. A saber, los “agotes”:

“Eran un tipo de “parias” o seres inferiores, en un modo apreciable. Entre sus trazos distintivos se hallarían: su fisonomía especial (no disponían de lóbulo en su orejas y, además, presentaban a veces taras congénitas por la endogamia que practicaban). Eran marginados por el común de los otros residentes y habían de portar una indumentaria llamativa (de color rojo o describiendo la silueta de “pata de pato”). Hasta en materia de celebraciones religiosas se les suministraba la comunión con una prevención excesiva y se les discriminaba en actos rituales o festivos”.

En este mismo sentido, los más reconocidos “vaqueiros” de alzada no acostumbraban a mezclarse con sus semejantes de distinto origen étnico y se mantenían, asimismo, notoriamente alejados del conjunto aunque no siempre ni con la evidente intensidad con que se obligaba a los “agotes”.

Los “vaqueiros”, por su lado, eran bastante agraciados conforme señalan las descripciones transmitidas: de aspecto nórdico, tez clara y cabellos rubios o pelirrojos. No obstante, con el transcurso del tiempo adquirieron mala fama y no eran bien recibidos, deseando la mayoría su expulsión o alejamiento.

  1. B) LA ROMERÍA DE FOMBASALLÁ:

La Virgen de Fombasallá es la titular devocional de los “montes de Paradaseca”, localidad que fue – hasta el año 1967 – la cabecera de su propio municipio.

La típica imagen de su ermita, con el acompañamiento de tres “pradairos” (arces), ya se ha constituido en una estampa reconocida.

Esta virgen cristiana se corresponde a una de las siete hermanas que, bajo la bondadosa mirada de la de la Aquiana como supervisora, se extraviaron desde Foncebadón yendo a asentarse en diferentes y algo distantes lugares del paraíso berciano.

La advocación mariana mencionada se asimila a una zona montañosa y ciertamente escarpada, aunque con la presencia cercana de varias “campas” en un entorno deslumbrante. La denominación del paraje ha llamado la atención, con interpretaciones alternativas. Según los menos, el topónimo “Fombasallá” procedería de la expresión “Pombas allá” (que serían las aves enviadas en el período 1.100-1.300 para comprobar el cumplimiento de los castigos infligidos a los monjes del próximo monasterio de San Cosme). Sin embargo, la opinión mayoritaria y consensuada partiría de la etimología latina o germánica (“Fontevasalla” o “fontvasalla”). Esta argumentación halla un amplio y lógico basamento en la profusión de manantiales de aguas “glamurosas” en toda el área, presidida por el simbólico enclave.

Mas, en el aspecto costumbrista y credencial, lo que más destaca es todo un conjunto de hábitos que los devotos todavía conservan: desde las promesas formuladas y cumplidas, con vueltas “de rodillas” alrededor de la santa, recogida de velas a fin de prevenir los daños originados por el aparato eléctrico desencadenado durante las tormentas, hasta la premonición de que, conforme a la rapidez de consumición de los cirios ofrecidos, así sería la longevidad personal del fiel. Asimismo la práctica del “manteo” al objeto de acoger a los “neófitos” o nuevos participantes en la celebración también se complementaba, antiguamente, con una especie de “bautismo” con escobas o urces en flor (planta o arbusto al que se le asignaron efectos benéficos o curativos).

El culto religioso de la virgen se ligaba, incluso procesionalmente, a la afección espiritual a San Roque, santo patrón de mucha raigambre y poderío (en la precisa fecha de la universal “Virgen de Agosto” o la Asunción de María). Por otro lado, su relación con su homónima y amiga – Nuestra Señora de las Nieves, de Cela – ha mantenido una vigencia constante a lo largo del tiempo.

Y, por añadidura, la serie de manifestaciones que se desarrollaron, a modo de muestras de los romeros, era extensa y rayanas a la superstición: abrazos al manto milagrero, señales de buenos augurios, oraciones y rezos específicos,…

De cualquier manera, cada vez con mayor énfasis, esta cita lúdico-festiva-devocional representa una magnífica oportunidad a los efectos de establecer y consolidar lazos familiares, sociales o con el terruño de los muchos emigrantes o veraneantes asistentes.

  1. C) UN EJEMPLO SEÑERO DE TRASTERMANCIA: Aira da Pedra y “Campolagua”.

El buen amigo, mejor persona y toreniense “de pro”, Paco Vuelta, me mostraba hace poco tiempo su intención de impulsar un estudio e investigación arqueológica y antropológica en torno a la importancia del sistema citado en el Alto Sil. Un propósito, sin duda, tan loable y necesario como la imprescindible ayuda pública que se debería aportar.

Todos hemos escuchado hablar del concepto “transhumancia” y es el dominante en casi todas las referencias documentales antiguas. El otro término, relativo a una transhumancia restringida y peculiar, no ha surgido hasta recientemente y se utiliza a manera de tipo de movimiento de ganado bastante local o intercomarcal, como máximo.

En los tiempos prerromanos los pueblos pastoriles y recolectores, a causa de las condiciones técnicas y el “retraso” en el uso de ciertas armas, utensilios y herramientas, se veían obligados a realizar traslados en función del imperativo alimenticio indispensable para conservar y aprovechar a sus animales domesticados (y a ellos mismos, ante todo). Por tanto, los desplazamientos se originaban y desencadenaban a partir de las características climáticas cambiantes o las bélicas, en momentos puntuales.

La transhumancia institucionalizada ha sido, por su relevancia, analizada y la creación del Honrado Concejo de la Mesta en 1273, por orden de Alfonso X el Sabio, regularía con apreciable rigor esta cuestión.

En cambio, la trastermancia fue posterior y, previamente o simultáneamente, en su articulación influyó un desarrollo determinado de la agricultura y la ganadería y una organización social adecuada. En estos ámbitos incluso se comenzaría, llegados al siglo pasado, a acumular heno y forrajes más generalizadamente (lo que facilitaría el asentamiento de residentes con afán de permanencia). Lógicamente, entonces, las mudanzas poblacionales podían realizarse transitoriamente y en espacios con un radio de acción de amplitud abarcable: en menos de 100 kms. se hallarían los pastos suficientes y se establecería, con la consolidación de esta costumbre, el proceso de disponer de una residencia secundaria (normalmente, en el intervalo en que el ambiente y meteorología eran más amables, pacíficos y agradecidos).

Esta forma de adaptación al medio, con unos rendimientos superiores y la leve mejora de las tareas rutinarias, adquirió un volumen de intercambio económico que aconsejó ser normativizada y gestionada por las Ordenanzas Concejiles y acuerdos “ad hoc”, con un componente democrático a resaltar.

Luego, con el transcurso de los años, se significarían otras Instituciones o figuras jurídicas en las reglamentaciones: las “veceiras”, los derechos del pastor, las prestaciones personales al respecto,…

En definitiva, Aira da Pedra – en cuanto a su benignidad de temperatura y meteorología – se evidenció como ubicación preferente. En la estación estival, en caso de conveniencia, los conductores de los rebaños buscaban los prados (brañas) con hierba fresca y abundante. Y… ¿qué mejor sitio que “Campolagua” (Campo del Agua) con sus abundantes fuentes, arroyos aledaños y aire sano y superficie estupendas y que invitaban al solaz de una gran y variada cabaña ganadera?

En otros aspectos, al objeto de profundizar en este hecho tradicional y a rescatar – cuyos protagonistas principales habría que acotarlos en las generaciones que nos antecedieron el siglo pasado -, convendría traer a colación factores explicativos tales como la arquitectura de montaña (las pallozas y otros elementos), las medidas de todo orden de integración humana en el medio, los temas tratados en los filandones, el material escrito y documental a recomponer, los testimonios orales, los diversos registros,… y hasta los litigios de los que hay constancia en los órganos judiciales y jurisdiccionales.

En conclusión, en nuestra estimada Somoza – al igual que en otras áreas agrestes y deprimadas, aisladas y de endogamia matrimonial y reproductiva – se orientó la vida según una economía de “autoconsumo y subsistencia”. Y la creatividad e imaginación de nuestras gentes les habilitó para persistir en su empeño, justo con anterioridad a la invasión y preponderancia exclusiva del desarrollismo, la industralización acelerada, el consumismo y la modernidad comunicativa y mercantilista.

Marcelino B. Taboada

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